Habiendo tenido mi formación artística dividida entre Uruguay y Brasil (egresé de la Universidad con la Licenciatura en Educación Artística – Artes Escénicas, UNIRIO), me siento involucrada e interesada en ese puente que tenemos como investigadoras, educadoras de arte, artistas y personas comprometidas con el lenguaje corporal.
Éste, a su vez, debe ser visto como un lugar de comunicación y relación entre los procesos artísticos y la forma en que nos colocamos en el mundo, artistas y no artistas. Creo que posibles transformaciones pueden ocurrir en una cultura a través del arte y los diálogos con otras disciplinas humanas.
La repercusión que tuvo la danza a partir de los años noventa, en Montevideo, de la que formaba parte la propuesta de Graciela Figueroa, me llevó a acercarme e interesarme por su forma de exponer la danza a la comunidad de personas que, buscaban tomar sus clases.
Agradezco inmensamente el camino iniciado por Graciela Figueroa en la danza, y que encontré en el lenguaje de diversos artistas que incorporaron su trabajo a sus actividades profesionales.
En las clases con Graciela Figueroa sentí un clima de aceptación, respeto y libertad de expresión que no había encontrado en otros espacios de enseñanza y práctica de la danza y el movimiento.
Hubo en ese espacio un respeto y comunión con diferentes cuerpos y habilidades que nos hicieron observar nuestra forma de movernos, de intercambiar afectos en grupo, de estar presentes y de ser responsables de las decisiones que tomamos, como artistas y trabajadores de la educación corporal conviviendo en un mismo espacio, ciudad, mundo.